La Ministración del Alma
Juan 13:1-11.
El pasaje que tomamos como base nos muestra que los discípulos de Jesucristo necesitamos limpieza aún después de conocerle y al estar en comunión con El. El Señor le dijo a Pedro que quien se ha bañado no necesita lavarse sino los pies. Es en el diario vivir en este mundo, que nos contaminamos. Pedro entendió y le dijo a Jesús que le lavara no solo los pies, también las manos y la cabeza. Estos miembros de nuestro cuerpo representan áreas que fueron y son afectadas y que necesitamos limpiar. El apóstol Pablo dice: que los hombres oren levantando manos santas, sin ira ni discusiones (1 Ti. 2:8). Cada uno de nosotros debe estar consciente de que necesita ser limpio e ir al Señor para que nos limpie utilizando. Para ello utilizará: su Palabra, al Espíritu Santo y los ministros que El ha llamado.
I. EL ALMA:
Por las Escrituras sabemos que el hombre es un ser trino. Es decir, es un espíritu, tiene alma y habita un cuerpo (1 Ts. 5:23). Cada uno de estos compartimientos tiene una razón de ser. El espíritu fue dado por Dios (Stg. 1:17), cuando Adán fue formado del polvo de la tierra, Dios sopló en él espíritu y éste vino a ser un ser viviente (Gn. 2:7 -alma viviente-). Este espíritu fue dado para tener comunión con Dios y es el que muere cuando se conoce el pecado. El alma es la parte inmaterial del hombre donde radica la personalidad y sensibilidad. Por medio del alma percibimos lo que está a nuestro alrededor (Mt. 26:38).
Cuando el espíritu muere por causa del pecado, el alma toma el control del hombre. Antes de venir a Cristo nos movimos almaticamente, es decir, nos dejábamos guiar por la carne, sentimientos e instintos. Pablo dice que anduvimos en la vanidad de nuestra mente, entregados al pecado, cometiendo toda clase de impurezas (Ef. 2:3, 4:17-19). La Biblia habla figuradamente del alma y se refiere al corazón. Es una forma que utiliza para referirse al alma. Del corazón proceden malos pensamientos, fornicaciones, envidia, orgullo, etc. (Mr. 7:21). La tierra de Canaán es otra figura que representa el alma. Era una tierra que Dios había dado a Israel pero que estaba ocupada por habitantes. De igual manera el enemigo se ocupó mientras estuvimos en el mundo de habitar nuestra alma. Dios quiere que poseamos nuestra alma y disfrutemos la vida abundante.
II. LA NECESIDAD DE MINISTRAR EL ALMA:
El alma fue reprogramada, al igual que Eva, Dios la creó con el propósito de ser ayuda idónea de Adán (espíritu), pero dió lugar a las insinuaciones de Satanás y llevó a pecar a Adán. Esto trajo consecuencias para ambos, fueron echados del huerto. Cada uno de nosotros se descarrió (Is. 53.6), nos dormimos y el maligno vino y sembró cizaña (Mt. 13:24,25) y esto trajo consecuencias. Mientras estuvimos bajo el dominio de Satanás, como esclavos del pecado, nos parecía todo normal. Pero al nacer de nuevo y conocer al Señor Jesucristo, por la nueva naturaleza, percibimos las cosas de una manera diferente y el mundo se sorprende de que no corramos con ellos en el mismo desenfreno (1 P. 4:1-4).
Ahora como cristianos tenemos tres grandes enemigos: el diablo, la carne y el mundo y estos tres tratan que la semilla que fue sembrada por Dios no produzca fruto. Cuando el pueblo de Israel salió de Egipto, Faraón persiguió a los hebreos, lo que es peor, Egipto estaba dentro de ellos, la mayoría del pueblo que salió de Egipto no agradó a Dios y por ello murieron en el desierto. Egipto representa el mundo y todos sus afanes, su príncipe es Faraón (Satanás). Este es un adversario y dice la Palabra que anda como león rugiente viendo a quién devorar (1 P. 5:8; 2 Ti. 2:26). Quizás un enemigo de los más difíciles de vencer, está dentro de nosotros mismos, el viejo hombre, la vieja manera de vivir, carácter, etc. El apóstol Pablo le dijo a Timoteo: ten cuidado de ti mismo (1 ti. 4:16). Como nuevas criaturas debemos dejar de obrar en la carne, anhelar y procurar vivir la vida del Espíritu (Ro. 8:13). Es entonces necesario reconocer que tenemos áreas afectadas en nuestra vida y que muchas veces nos estorban o limitan para crecer y desarrollarnos. Es por ello que debemos confesar nuestra incapacidad y buscar la ayuda ministerial adecuada para vencer esas áreas. El Espíritu Santo nos anhela celosamente para aquel que nos llamó y desea que nos limpiemos (Stg. 4:5). Como sacerdotes del Señor debemos anhelar limpiarnos para poder disfrutar la comunión con el Señor y todo lo que el tiene para nuestra vida (2 Ti. 2:19-22).
III. EN QUE CONSISTE LA MINISTRACIÓN DEL ALMA:
Este es un recurso que el Señor ha dejado para que su pueblo se limpie de todo aquello que le afecta. La sangre de Cristo nos limpió de todo pecado cometido hasta el día que venimos a El (He. 9:13,14). Sin embargo, seguimos pecando no como antes, pero no podemos decir que ya no pecamos (1 Jn. 1.8) Necesitamos constantemente ir a Cristo y rociar su sangre sobre nosotros para purificación (1 P. 1:1,2).
1. La Ministración del alma es una operación del Espíritu Santo sondeando el interior de cada uno de nosotros. Solo él puede escudriñar lo profundo de nuestro ser y auxiliarnos. Hay cosas de las cuales no somos conscientes que nos afectan, pero el Espíritu que es Dios, nos conoce y saca a luz estas cosas para que seamos diferentes.
2. La Ministración es la limpieza del vaso. El apóstol Pablo dice que si nos limpiamos seremos vasos útiles, de honra y dispuestos para toda buena obra (2 Ti. 2:20,21). El Señor dispuso en el tabernáculo de Moisés, una fuente la cual contenía agua, en la cual los sacerdotes se lavaban antes de servir o ministrar en el Lugar Santo. Nosotros hoy día, somos sacerdotes y por lo tanto debemos limpiarnos y anhelar ser santos como aquel que nos llamó es santo. Existen siervos y siervas que el Señor ha llamado y habilitado para que auxilien al pueblo del Señor. Estas personas deben poseer la madurez, discernimiento y estar bajo autoridad para servir como instrumentos que el Señor utilice para nuestra liberación y sanidad. Cuando Lázaro salió de la tumba, fue Jesús quien le dió vida, pero una vez resucitado, mando a los siervos a que le desataran y dieran de comer (Jn. 11:44). Cuando había lepra en una persona o en sus bienes, éste corría al sacerdote para que examinara y determinara cuando el Señor había limpiado a tal persona (Lv. 14:35). Seamos humildes al permitir que otros semejantes a nosotros, los use el Señor para nuestra limpieza. El Espíritu Santo utilizará las circunstancias, hermanos, enfermedades, etc. para que nos demos cuenta de las cosas que aún nos afectan y que debemos rendir a los pies del Señor. El está formando la imagen de su hijo Jesucristo en cada uno de nosotros, permitamos al perfecto alfarero nos transforme (Ef. 4:11-13).
3. La Ministración del alma no consiste en un método específico, él trabaja de diferente forma con cada uno de nosotros, unos vendremos confesando aquello que nos afecta, a otros el Espíritu por revelación mostrará las áreas afectadas, en otros, la Palabra muestra su condición, etc. Nos corresponde a nosotros buscar la ayuda ministerial necesaria y que el Espíritu haga la obra como la hizo en aquel hombre que fue auxiliado por el buen Samaritano (Lc. 10:33,34).
CONCLUSIONES:
El pasaje que tomamos como base nos muestra que los discípulos de Jesucristo necesitamos limpieza aún después de conocerle y al estar en comunión con El. El Señor le dijo a Pedro que quien se ha bañado no necesita lavarse sino los pies. Es en el diario vivir en este mundo, que nos contaminamos. Pedro entendió y le dijo a Jesús que le lavara no solo los pies, también las manos y la cabeza. Estos miembros de nuestro cuerpo representan áreas que fueron y son afectadas y que necesitamos limpiar. El apóstol Pablo dice: que los hombres oren levantando manos santas, sin ira ni discusiones (1 Ti. 2:8). Cada uno de nosotros debe estar consciente de que necesita ser limpio e ir al Señor para que nos limpie utilizando. Para ello utilizará: su Palabra, al Espíritu Santo y los ministros que El ha llamado.
I. EL ALMA:
Por las Escrituras sabemos que el hombre es un ser trino. Es decir, es un espíritu, tiene alma y habita un cuerpo (1 Ts. 5:23). Cada uno de estos compartimientos tiene una razón de ser. El espíritu fue dado por Dios (Stg. 1:17), cuando Adán fue formado del polvo de la tierra, Dios sopló en él espíritu y éste vino a ser un ser viviente (Gn. 2:7 -alma viviente-). Este espíritu fue dado para tener comunión con Dios y es el que muere cuando se conoce el pecado. El alma es la parte inmaterial del hombre donde radica la personalidad y sensibilidad. Por medio del alma percibimos lo que está a nuestro alrededor (Mt. 26:38).
Cuando el espíritu muere por causa del pecado, el alma toma el control del hombre. Antes de venir a Cristo nos movimos almaticamente, es decir, nos dejábamos guiar por la carne, sentimientos e instintos. Pablo dice que anduvimos en la vanidad de nuestra mente, entregados al pecado, cometiendo toda clase de impurezas (Ef. 2:3, 4:17-19). La Biblia habla figuradamente del alma y se refiere al corazón. Es una forma que utiliza para referirse al alma. Del corazón proceden malos pensamientos, fornicaciones, envidia, orgullo, etc. (Mr. 7:21). La tierra de Canaán es otra figura que representa el alma. Era una tierra que Dios había dado a Israel pero que estaba ocupada por habitantes. De igual manera el enemigo se ocupó mientras estuvimos en el mundo de habitar nuestra alma. Dios quiere que poseamos nuestra alma y disfrutemos la vida abundante.
II. LA NECESIDAD DE MINISTRAR EL ALMA:
El alma fue reprogramada, al igual que Eva, Dios la creó con el propósito de ser ayuda idónea de Adán (espíritu), pero dió lugar a las insinuaciones de Satanás y llevó a pecar a Adán. Esto trajo consecuencias para ambos, fueron echados del huerto. Cada uno de nosotros se descarrió (Is. 53.6), nos dormimos y el maligno vino y sembró cizaña (Mt. 13:24,25) y esto trajo consecuencias. Mientras estuvimos bajo el dominio de Satanás, como esclavos del pecado, nos parecía todo normal. Pero al nacer de nuevo y conocer al Señor Jesucristo, por la nueva naturaleza, percibimos las cosas de una manera diferente y el mundo se sorprende de que no corramos con ellos en el mismo desenfreno (1 P. 4:1-4).
Ahora como cristianos tenemos tres grandes enemigos: el diablo, la carne y el mundo y estos tres tratan que la semilla que fue sembrada por Dios no produzca fruto. Cuando el pueblo de Israel salió de Egipto, Faraón persiguió a los hebreos, lo que es peor, Egipto estaba dentro de ellos, la mayoría del pueblo que salió de Egipto no agradó a Dios y por ello murieron en el desierto. Egipto representa el mundo y todos sus afanes, su príncipe es Faraón (Satanás). Este es un adversario y dice la Palabra que anda como león rugiente viendo a quién devorar (1 P. 5:8; 2 Ti. 2:26). Quizás un enemigo de los más difíciles de vencer, está dentro de nosotros mismos, el viejo hombre, la vieja manera de vivir, carácter, etc. El apóstol Pablo le dijo a Timoteo: ten cuidado de ti mismo (1 ti. 4:16). Como nuevas criaturas debemos dejar de obrar en la carne, anhelar y procurar vivir la vida del Espíritu (Ro. 8:13). Es entonces necesario reconocer que tenemos áreas afectadas en nuestra vida y que muchas veces nos estorban o limitan para crecer y desarrollarnos. Es por ello que debemos confesar nuestra incapacidad y buscar la ayuda ministerial adecuada para vencer esas áreas. El Espíritu Santo nos anhela celosamente para aquel que nos llamó y desea que nos limpiemos (Stg. 4:5). Como sacerdotes del Señor debemos anhelar limpiarnos para poder disfrutar la comunión con el Señor y todo lo que el tiene para nuestra vida (2 Ti. 2:19-22).
III. EN QUE CONSISTE LA MINISTRACIÓN DEL ALMA:
Este es un recurso que el Señor ha dejado para que su pueblo se limpie de todo aquello que le afecta. La sangre de Cristo nos limpió de todo pecado cometido hasta el día que venimos a El (He. 9:13,14). Sin embargo, seguimos pecando no como antes, pero no podemos decir que ya no pecamos (1 Jn. 1.8) Necesitamos constantemente ir a Cristo y rociar su sangre sobre nosotros para purificación (1 P. 1:1,2).
1. La Ministración del alma es una operación del Espíritu Santo sondeando el interior de cada uno de nosotros. Solo él puede escudriñar lo profundo de nuestro ser y auxiliarnos. Hay cosas de las cuales no somos conscientes que nos afectan, pero el Espíritu que es Dios, nos conoce y saca a luz estas cosas para que seamos diferentes.
2. La Ministración es la limpieza del vaso. El apóstol Pablo dice que si nos limpiamos seremos vasos útiles, de honra y dispuestos para toda buena obra (2 Ti. 2:20,21). El Señor dispuso en el tabernáculo de Moisés, una fuente la cual contenía agua, en la cual los sacerdotes se lavaban antes de servir o ministrar en el Lugar Santo. Nosotros hoy día, somos sacerdotes y por lo tanto debemos limpiarnos y anhelar ser santos como aquel que nos llamó es santo. Existen siervos y siervas que el Señor ha llamado y habilitado para que auxilien al pueblo del Señor. Estas personas deben poseer la madurez, discernimiento y estar bajo autoridad para servir como instrumentos que el Señor utilice para nuestra liberación y sanidad. Cuando Lázaro salió de la tumba, fue Jesús quien le dió vida, pero una vez resucitado, mando a los siervos a que le desataran y dieran de comer (Jn. 11:44). Cuando había lepra en una persona o en sus bienes, éste corría al sacerdote para que examinara y determinara cuando el Señor había limpiado a tal persona (Lv. 14:35). Seamos humildes al permitir que otros semejantes a nosotros, los use el Señor para nuestra limpieza. El Espíritu Santo utilizará las circunstancias, hermanos, enfermedades, etc. para que nos demos cuenta de las cosas que aún nos afectan y que debemos rendir a los pies del Señor. El está formando la imagen de su hijo Jesucristo en cada uno de nosotros, permitamos al perfecto alfarero nos transforme (Ef. 4:11-13).
3. La Ministración del alma no consiste en un método específico, él trabaja de diferente forma con cada uno de nosotros, unos vendremos confesando aquello que nos afecta, a otros el Espíritu por revelación mostrará las áreas afectadas, en otros, la Palabra muestra su condición, etc. Nos corresponde a nosotros buscar la ayuda ministerial necesaria y que el Espíritu haga la obra como la hizo en aquel hombre que fue auxiliado por el buen Samaritano (Lc. 10:33,34).
CONCLUSIONES:
- Es nuestra responsabilidad cuidar el templo del Espíritu, el cual somos nosotros. No permitamos que el mismo sea utilizado para otras cosas que no son del agrado del Señor. Permitamos al Señor ingrese a nuestro templo y lo limpie (Jn. 2:13-16).
- Dios se a propuesto hacer su obra perfecta en nosotros, pues lo que El a empezado lo terminará. Facilitemos ese proceso para que no sea doloroso cuando vengan las demandas (Fil. 1:6).
- Despojémonos de todo aquello que nos afecta. Limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu perfeccionando la santidad en el temor de Dios (2 Co. 7:1).